domingo, 9 de septiembre de 2007

AQUEL TREMAÑES DE ANTAÑO

Villacajón con la finca de Valle al fondo (foto César)

La parroquia rural de Tremañes, tal y como ya lo recuerdo hace ya unos cuántos años, fue todo un conglomerado de gentes que se fueron abigarrando a lo largo de los múltiples barrios que conformaban la parroquia, el Plano, la Picota, la Iglesia, La Fuente, LLoreda, La Dehesa..

La llamada del factor industrial atrajo desde un principio a las clases obreras de toda la España que partía del éxodo rural hacia la meca de la industrialización, así se conformó en Tremañes todo un movimiento obrero anarquista y socialista, que era mirado con cierta desconfianza por los Republicanos conservadores desde sus bellas fincas o casonas, eran tiempos duros, donde se compartía todo pero donde la dignidad era una cuestión vital dentro del corpus personal.

Pero la pujanza del sector industrial consiguió que la atracción fuera tan fuerte, y que la búsqueda de trabajo por estas tierras, fuese tan intensa que pocas aldeas o barrios, como este de Tremañes, vieran cambiar en poco tiempo su fisonomía.

Las fincas, las pequeñas caserías, o las pequeñas casas con solar a modo de huerta pronto se vieron invadidas por repentinas casas hechas de retazos que se levantaban de un día para otro, así nacieron barriadas dentro de la parroquia como la Dehesa, donde el hacinamiento y la pobreza era todo un sello, aunque la concordia pese a la marginalidad de los nuevos parias reinaba con sus altibajos en casi todo la Dehesa.

Tal vez la chiquillada de entonces, años sesenta, pasaba de idiosincrasias y marginalidades y se juntaba al calor de los ju8egos y las gamberradas de entonces, donde mediaban los lideratos de los “fíos de Eloísa la praticanta” o los “Lozano” de la Dehesa, por no hablar de los “fios de la Marabunta” que eran de armas tomar.

Eran tiempos de aquel sabroso pan bregado, grandes hogazas de compacta miga, que daba unas grandes rebanadas para untar el aceite, o la mantequilla cocida que las madres hacían para hacernos tomar de alguna manera la odiosa mantequilla de antaño.

La dignidad de algunas gentes, les hacía luchar por un espacio mejor, por un adecentamiento sus entornos más íntimos, a base de lo que había que era poco, y el franquismo de aquellos tiempos estaba más ocupado en levantar la Universidad Laboral que en acometer trabajos de adecentamiento y urbanización de barriadas como la Dehesa, que a ojos de algunos curiosos pudieran parecer barrios peligrosos, pero en realidad recuerdo la convivencia dentro de las grandes desigualdades como algo normal y estabilizado.

Como decía la dignidad de algunas familias les hacía luchar para salir de aquellos “guetos” y dar unas comodidades mínimas a la familia, eran tiempos donde los constructores hacían pisos a mansalva sin llegar a la especulación de hoy en día, y que permitía con muchas dificultades ir labrándose una vida más cómoda.

Eran tiempos en que ya se iba dejando de ir a lavar a mano al lavadero de San Juan, con aquel trasiego de ropas y baldes de agua , que no sé como sé mantenían en las cabezas de nuestras madres, era una cosa que no parecía tener explicación para nosotros; eran tiempos en los cuales los veraneos además de vagar por las calles y caserías, teníamos misiones muy determinadas sobre manera los más chicos más grandes, como era apilar y hacer leña para el invierno o variar los colchones de lana, que eran abundantes y que todos los años se “variaban” a golpe de vara.

Había “variadoras” de colchones profesionales, pero no siempre llegaban los dineros para tanto , y en ese ínterin y remedio, jugábamos la chavalería un papel importante que era la labor de dar una vuelta a los colchones, además había otras tareas complementarias como eran las de cuidar de los hermanos menores, o pintar puertas y ventanas.

Eran tiempos aquellos en que la desfiguración del barrio cobró bríos, pues aparecieron aquellas inmensas naves como la de Azcano, que eran pasto de juegos y pillerías de la chavalería ajenos como éramos a que poco a poco el mundo de la uralita y el ladrillo a cara vista iba ganando metros en nuestros entornos más preciados.

Tiempos de antaño, donde la sextaferia daba para dar una rociada de caliente escoria de la fábrica de Moreda a las calles, para poder transitar por ellas con cierta seguridad. Trabajo duro que los hombres y mujeres hacían con brío y saleroso remango.

Luego vino la avalancha de Villacajón, ese era otro mundo, donde los payos entrabamos poco, y aunque cruzábamos sus estrechos callejones camino de las Casas de Langreo, eran otras gentes y otras maneras, que hicieron de La Dehesa un digno barrio, dando lugar a los conceptos del lumpen y del proletariado.

Eran tiempos del “Caso” que se cebaba en las redadas de la Guardia Civil en Villacajón, y que hacía de esa marginalidad mitos como el del Lute, Villacajón también tuvo sus propios “Lutes”, pero pronto se vieron los gitanos de aquellos tiempos arrinconados por el lumpen portugués arracimado a lo largo de los muros de General Hormigones y de la Quinta Valle.

Eran tiempos de emigración, de pobreza generalizada y de una dignidad que hizo que las gentes fueran saliendo de aquellos “ghetos” para convertirse en personas, en ciudadanos aunque el franquismo pasaba de aquellos conceptos.

El Tremañes de hoy

Hoy Tremañes presenta un aspecto distinto, y se me hace raro ver que en aquellos predios hoy se levantan casas unifamiliares (cahalets adosados) o que se puede caminar tranquilamente por sus peatonales calles llenas las farolas modo y manera de las “gabinonas” ovetenses. Hoy Tremañes ha cambiado y se modula ya no como una aldea sino como un barrio más de Gijón , aunque habría que luchar para que el barrio no sea un despropósito urbanistico más hecho de retales donde los Técnicos Urbanistas ensayan y se divierten, sino que debe ser un modelo nuevo y espacial de nuevo cuño.

Así era, o al menos así lo recuerdo yo la aldea de Tremañes.

Como la recuerda usted… aquí tiene un espacio para ello.

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